Por qué los tope de gama limitan la batería: reglas de envío, doble celda y salto al silicio‑carbono

Frente a la oleada de smartphones chinos que presumen baterías de 7.000–8.000 mAh, los iPhone, Galaxy y Pixel parecen comedidos. Incluso el Galaxy S25 Ultra se queda en 5.000 mAh y el iPhone 17 Pro Max apenas supera esa cifra. Sobre el papel resulta chocante; en la práctica, tiene una explicación clara.

Parte del asunto es el diseño y el grosor. Los modelos de gama alta persiguen cuerpos ultrafinos: el iPhone Air apenas alcanza 5,6 mm, lo que limita físicamente el tamaño de la batería. Ahora bien, también hay contraejemplos: el RedMagic 11 Pro integra 7.500 mAh en un chasis de 8 mm e incluso admite carga inalámbrica. La delgadez no obliga siempre a recortar capacidad, aunque el compromiso existe.

La razón de mayor peso, sin embargo, está menos en la estética y más en las reglas de envío internacional. Las normativas clasifican las baterías de ion‑litio por encima de 20 Wh —aproximadamente 5.400 mAh— como mercancías peligrosas de Clase 9. Eso dispara los costes de transporte, exige embalajes especiales y permisos adicionales. No extraña que Apple, Samsung y Google intenten quedarse por debajo de ese umbral. Aquí el techo lo marca la logística más que la ambición.

Las marcas chinas han encontrado una vía: dos baterías más pequeñas en lugar de una celda grande. Cada unidad se mantiene por debajo de los 20 Wh, pero juntas suman 7.000 mAh o más sin vulnerar las normas de transporte. En paralelo, compañías como OnePlus, Honor, Xiaomi y RedMagic están empujando las baterías de silicio‑carbono, de mayor densidad energética, acelerando la autonomía con una intención que se nota.

El silicio puede almacenar hasta diez veces más carga que el litio, pero puede expandirse hasta un 300% durante la carga, con riesgo de dañar la celda. Los fabricantes lo mitigan con nanoestructuras y recubrimientos químicos. Aun así, el cambio exige nuevas líneas de producción, certificaciones y materiales costosos: una transición cara para Apple, Samsung y Google, que ya han invertido miles de millones en el ion‑litio convencional.

Las celdas de silicio‑carbono también requieren sistemas de gestión de energía distintos, otros patrones de degradación y chips de carga rediseñados. Eso eleva el margen de error y, tras los incidentes del Galaxy Note 7, Samsung es especialmente cauta. Apple, por su parte, suele introducir cambios radicales solo tras extensas pruebas internas. La prudencia puede sonar conservadora, pero encaja con su cálculo del riesgo.

Aun así, el avance parece inevitable. Las previsiones apuntan a que Samsung, Apple y Google iniciarán un cambio gradual hacia baterías de silicio‑carbono entre 2027 y 2030. Los primeros beneficios serían moderados —un 5–10% más de capacidad—, lo que se traduciría en unos 5.500 mAh para futuros Galaxy Ultra y alrededor de 6.000 mAh en la familia iPhone Pro Max.

Hasta entonces, es probable que los teléfonos chinos sigan liderando en autonomía, con una tecnología de silicio‑carbono que avanza a gran velocidad. Bien podrían ser los primeros en lanzar móviles con baterías de 10.000 mAh, aunque el logotipo de la carcasa no sea el de Apple o Samsung.